Libros de Rafael Chirbes

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Gracias a nuestras amigas telepáticas de la excelente librería Ramón Llull de Valencia (el próximo curso haremos sin falta una visita de la European Econop Tour) hace unos meses hicimos llegar a Rafael Chirbes un ejemplar de los Cuentos chinos.

Tuvimos el antojo de hacerle llegar el libro porque es un escritor que nos gusta mucho. Eso sí, no esperéis de nosotros una profunda crítica literaria que abunde en su apabullante calidad literaria y su fundamental carga simbólica (estas palabras no son nuestras, je, je) sino solamente unos pocos párrafos de gran calado econoplástico de dos de sus últimas novelas. No os las perdáis.

Más aún, su última novela, En la orilla (al parecer también con trasfondo de la actual estafa financiera) nos la metemos en la maleta para las vacaciones. Seguiremos informando.

 

Crematorio. Anagrama, 2007. La muerte de Matías Bertomeu, el ideólogo que cambió la revolución por la agricultura, pone en marcha los mecanismos que componenCrematorio. El dolor devuelve el reverso de vidas levantadas sobre oscuros cimientos: la del hermano de Matías, Rubén, el constructor sin escrúpulos; la de Silvia, la hija de Rubén, biempensante restauradora de arte casada con Juan Mullor, el catedrático que prepara la biografía de Federico Brouard, viejo amigo de los Bertomeu, un escritor alcohólico que vive el fracaso de sus últimos días; la de Ramón Collado, el hombre que hizo los trabajos sucios del constructor; la de Traian, el mafioso ruso, viejo socio de Rubén; y la de Mónica, la jovencísima y ambiciosa esposa. Chirbes nos ofrece un panorama terrible: la corrupción como savia que recorre todo el cuerpo de una sociedad en la que la destrucción del paisaje adquiere valor de símbolo. Chirbes despliega así un mundo abandonado por los dioses en el que las palabras y las ideas son sólo envoltorios, y el arte y la literatura, juguetes inanes. Rafael Chirbes se nos muestra, en esta gran novela, más radical, más feroz, más «Francis Bacon» y mejor escritor que nunca.

Por un principio elemental, los ricos nunca pueden ser demasiados, no puede haber una clase dirigente que abarque medio país, una economía que se rija por asamblea. Eso es un guión mal construido. Si muchos tienen mucho dinero, el dinero pierde valor, deja de ser útil. El dinero vale porque hay poco y porque el poco que hay se acumula en pocas manos. 

Una generación privilegiada. Hemos vivido una etapa inigualable de progreso, y, sin embargo, con demasiada frecuencia no sabemos qué hacer con lo que nos brinda. Si no hemos sido más felices, seguramente se debe a que el ser humano no da mucho más de sí. 

En realidad, la economía, que tan visible nos parece, tan escandalosa, es solo el decorado, el telón de boca que tapa el escenario por el que se mueve un animal sigiloso, invisible, tan inaprensible que ni siquiera tiene nombre, porque no es el poder, aunque participe de él; no es el dinero, aunque se nutra de él; ni es el prestigio, aunque tenga su incorporeidad. Es el eje en torno al cual gira la gran rueda. Es, si quieres que lo diga así, el hálito, el vapor que hace hervir la caldera, eso que no se ve, porque es nada más que energía. Algo que a nadie le interesa.

 

Los viejos amigos. Anagrama. 2003. Un grupo de viejos camaradas son convocados a una cena. Un día estuvieron unidos por un proyecto común: la revolución. Ahora, tantos años después, hacen repaso de sus existencias. Miran sus vidas como algo provisional, cuyo vacío se llena de culpa, desengaño, rencor o traición. Escrita desde un punto de vista en el que no caben los discursos complacientes, Los viejos amigos propone una reflexión sobre la condición humana y las posibilidades del individuo de intervenir en el curso de la historia. Novela de voces obsesivas que responde a un tiempo de crisis de valores y de renuncia de los seres humanos a llevar las riendas de su destino.

…los niños de ahora son clientes. Nosotras heredábamos la ropa de primas, de hermanas mayores, nos vestíamos todas igual, comíamos lo que había, pero estos cabrones quieren marcas: hasta la comida basura la quieren de marca. Es como si vivieran en un supermercado. No quieren ir de excursión, quieren ir de tiendas. Los llevan a ver una ciudad, un museo, y se escapan y se meten en la primera galería comercial que encuentran. Eso es para lo que es para ellos el mundo, un supermercado gigante: las calles son estantes que tienen que comprarse, y se inclinan por una actividad o por otra teniendo en cuenta si les sienta mejor el vestuario de baloncesto o el de fútbol, casi peor ellos que ellas. Si les compras algo, siempre es precisamente el modelo que no querían.

Son casi las doce de la noche en Madrid, casi las doce en la Europa unitaria. A esta hora ya ha cerrado Wall Street, con una subida del Dow Jones de punto y medio, mientras que el Nasdaq lo ha hecho sólo unas décimas, y yo lo noto con un estremecimiento: son las ventajas de la globalización, que lleva en su esplendor su propia mortaja, uno siempre lleva su propio asesino dentro. El capitalismo lleva su asesino dentro, yo llevo mi asesino dentro; lo de fuera, comparsa; los otros sólo son cómplices, nada más, el que de verdad te mata va contigo. “El capitalismo caerá cuando los banqueros empiecen a matarse entre sí, cuando los generales degüellen a los generales”, le digo a Gúzman.

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